Las cuentas de Rigoberto

Las cuentas de Rigoberto

Por Richard Adnisel

Este hombre de rostro sereno y hablar pausado, como para reafirmar el valor de cada frase, es dulcero-carretillero desde hace 5 años. Camina por las calles de La Habana vendiendo en su carretilla de ruedas con cajas de bola desechables, exquisitos pasteles de guayaba y coco, tartaletas, cabezotes, señoritas y otra variedad más de dulces.

Rigoberto Silva Castaño es uno de los tantos cuentapropistas de la ciudad dedicados a esta labor, que tanto agradece el caminante cuando el cuerpo le pide “algo dulce”. Sus piezas varían entre 3 y 5 pesos cubanos (1) y en una jornada de 4 a 6 horas vende casi todo. Hay ocasiones en que las que vende rápido. En otras, no tanto, confiesa en conversación relajada en una de las calles que atraviesa la populosa calle Infanta.

Este trabajo te da para vivir al día, pero nada más, añade con seguridad. Yo pago 150 pesos al mes por concepto de impuesto y entrego además 262 a la seguridad social.

La labor de Silva está contenida en el artículo 37 de la lista aprobada por el gobierno para el trabajo privado, el cual tipifica su gestión como Elaborador vendedor de alimentos y bebidas no alcohólicas al detalle, en su domicilio o de forma ambulatoria.

Las cuentas de Rigoberto

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El listado contiene un total de 178 modos de ejercer el trabajo privado autorizado y pudiera extenderse aún más a juzgar por las necesidades crecientes de productos y servicios que requiere la sociedad y que hoy no existen, son deficitarios o se desarrollan con muy baja eficiencia y calidad.

Para este dulcero -carretillero de más de 60 años las mayores dificultades radican en la falta de un mercado mayorista para hacer los productos y una legislación menos severa en relación con la manera y lugares en los que puede ejercer el trabajo.

Los inspectores y otras autoridades exigen del carretillero que esté permanentemente en movimiento, o sea, sin hacer paradas, algo poco razonable, en una ciudad cuya temperatura media es de casi 30 grados centígrados y la humedad oscila entre 92 y 95 por ciento.

Pero aún así Silva se halla contento. Está terminando de reparar su casa y tiene su conciencia tranquila. El dinero que tiene es el resultado de su trabajo honesto, algo que no todos pueden decir de igual forma, en una sociedad que trata de rebasar una severa crisis económica multifactorial, que provoca no pocos casos de corrupción.

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